Por: Moréh Jonathan Colina
Shalom, vivimos en un mundo de total estrés donde el tiempo de comunicación se ha vuelto un poco tedioso por las actitudes que muchas veces toman las personas como resultado de una vida agitada y la diversidad de compromiso que lo hace entrar en un tormento y reacciones desfavorables por los resultados que logran obtener y que muchas veces no cumplen con sus expectativas.
Es así como muchas personas viven a la defensiva, y en momento ni siquiera le puedes hablar porque se irritan, en algunos casos el mirarlos les causa un malestar y hasta te colocan malos ojos, otros por el normal depositan su enojo o rabia con el que se presente por delante.
Sin embargo, cuan difícil se hace resistir todo ese tipo de reacciones, pues nos encontramos con personas de ese tipo, que solamente con sus actitudes impacientan nuestra vida y caemos en enojo, pero allí es donde se debe demostrar nuestro carácter y poder tolerar la situación olvidando sus negligencias.
Por ello, el enojo parece surgir en el transcurso de un instante y explotamos fulminantemente cuando los demás nos irritan, pero es evidente que somos completamente responsables de nuestras reacciones y poseemos la capacidad para dominar nuestro ser y actuar sabiamente; ese es nuestro deber.
Muchas veces vemos personas que caen en pleitos y confusiones donde toman decisiones que luego se arrepienten, porque es evidente que el enojo te adormece la consciencia e impide que te des cuenta de las reacciones extrañas que logras expresar.
Ciertamente el hombre enojado siempre causa conflictos, pero la persona sabia siempre medita antes de tomar decisiones y no se enreda en el enojo, más bien actúa y calma la violencia, no en vano dijo salomón: “El que tarda en airarse es rico en sabiduría, pero el impaciente exalta la necedad” (Proverbios 14:26).
El enojo nos apartan de muchas personas, nos empuja a tomar decisiones precipitadas que solo provocan amargura y culpabilidad, depende de nosotros si actuar sabiamente y alejarnos del mal, pues el hombre enojado provoca contiendas, pero el que tarda en enojarse, tranquiliza la rencilla (Proverbios 15:18).
Es evidente que el enojo nunca trae nada bueno, hasta el punto que un sabio dijo: “toda persona que se enoja, si es sabio, la sabiduría se aleja de él, si es profeta, la profecía se aleja de él. Todos los pecados que cometemos dañan a un miembro del cuerpo, pero el enojo ataca el alma, y la hace no apta”.
Por ende no es de sabio enojarse por cada cosa que ocurre a nuestros alrededor por muy difícil que sea, por tanto en cada oportunidad que nos enojemos, siempre traerá consigo malas decisiones y equivocaciones, el mismo salmista lo expresa de esta manera: “Deja la ira, pon a un lado la furia no estés enojado, conduce al mal (Salmos 37:8).
Si en nuestra vida evitamos enojarnos, cada acción seria agradable y fructífera, por el contrario tu vida se tornara en caos y soledad porque el enojo te impide avanzar y crecer en las relaciones interpersonales, pues nadie querrá compartir e interactuar con una persona amargada.
Si en algún momento llegásemos a enojarnos que sea como dice Pablo “no se ponga el sol en nuestro enojo”, pues no podemos extender la necedad en nuestra vida al momento de permanecer constantemente enojado con alguien, hasta el punto de acostarme y al otro día mantener dicha posición, eso no debe suceder, mucho menos en casos de parejas y familias.
Indudablemente si no queremos ser necio, evitemos enojarnos, y si nos enojamos ya dejaremos de ser sabios (Eclesiastés 7:9). Recuerda siempre que el enojo produce confusión, la confusión nos hace olvidar lo que es correcto, olvidar lo que es correcto nos hace equivocarnos, equivocarnos es equivalente a dejar de hacer lo bueno (Pecado).
Sea quitado de nosotros toda amargura y enojo, e ira, y grito airado y falsedad, junto con toda maldad (Efesios 4:31).
¡Seamos pronto para obedecer, tardo para hablar, tardo para enojarnos! @Jonathanor7
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